sábado, 29 de noviembre de 2008

sin titulo aún


Me daba la impresión de ser una rana en un panal. Aún tenía la duda de si todo había sido una buena decisión o no. Miraba a mí alrededor constantemente, me sentía ajena, extranjera y lo era. Había llegado hace tres horas, el ajetreo del viaje me había dejado aturdida.


Decidí comprar solo lo que podía comer en la noche e irme los más rápido posible a descansar, así que cogí un frasco de leche y una caja de cereal y resolví ir a pagar. Como aún mi legua no estaba familiarizada con el idioma, pues el aeropuerto no había sido suficiente entrenamiento, caminé muy lento hacia la caja para tener tiempo de pensar que iba a decirle al cajero/a. Mejor no digo nada y solo pago, pensé… No, se va a ver poco amable…. Qué tal si digo: -Hi, I would like to pay this … No, es obvio que si me acerco a la caja es porque voy a pagar algo… Mejor: –Hi, ¿how are you?, y le entrego las cosas y ya… O mejor: -Hi, ¿how are you?, ¿Are you having a good afternoon?... Si, y luego le pregunto dónde puedo encontrar servicio de internet por aquí. Eso. Estaba decidido, ya había practicado mentalmente como decirlo y las mímicas que acompañarían también.

Ubiqué la fila para pagar, había unas cuatro personas antes que yo .Esperé. Después de un rato, cuando solo faltaba una persona adelante mío, pude ver a quién iba a ser mi primer contacto de alteridad en el extranjero; era cuadrada y digital. Las frases practicadas no habían servido de nada, iba a conversar con una máquina. Pasé la leche y la caja de cereal por el detector, cuando la pantalla me lo pidió metí el dinero en una ranura del aparato, cogí mi recibo, mi vuelto y me fui.

Al salir tuve un malestar, ahora me sentía más foránea que antes, quise llorar pero pensé que hubiera sido un poco patético hacerlo en la calle. Respiré hondo y continué caminando.

Recapitulando lo que había pasado me acordé de la clase de los “no-lugares” que algún profesor impartió en la universidad; los no-lugares no tienen historia, ni identidad y son espacios no relacionales. Después de algún tiempo me acostumbré a los no-lugares y su fría impersonalidad.

Pasado ya un largo tiempo de mi regreso a Ecuador, tuve que hacer una diligencia en un banco de Quito, y me encontré con que las señoras cajeras habían sido sustituidas por máquinas digitales. Otra vez los no-lugares. Otra vez ese malestar. Otra vez la sensación de ser foránea. Solo que esta vez no lo era.

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